La Iglesia pide proceso de cambio civilizatorio drástico y colectivo a los lÃderes del mundo en el marco de la COP16
Fecha de publicación: 2024-10-23
Desde la doctrina social de la Iglesia, se considera que
la diversidad biológica tiene un carácter sagrado. Dios mismo es
quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad
y su orden. Por eso, más que recursos naturales, o naturaleza inerte, nos
referimos al cosmos como creación, lo cual remite a la profunda experiencia
humana del reconocimiento de un Dios creador. Esta perspectiva, presente en
las Sagradas Escrituras, permite a la Iglesia entrar en diálogo con otras cosmovisiones
culturales, para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano
sobre las demás creaturas.
Es más, la SantÃsima Trinidad, " comunidad
preciosa de amor infinito ", ha querido la interdependencia y solidaridad entre las creaturas
por el hecho de que todas provienen y que todas están ordenadas a su gloria.
En este sentido,
el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado,
de ambición ilimitada. Los seres humanos estamos incluidos en la creación,
somos parte de ella y estamos interpenetrados. Somos custodios de lo que con
tanto amor Dios ha creado. Esta motivación trascendente (teológico ética)
compromete al cristiano a promover la justicia y la paz en el mundo, también a
través del destino universal de los bienes. De ahà que entendemos el bien común
como «el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten, ya
sea a la colectividad como asà también a sus miembros, alcanzar la propia
perfección más plena y rápidamente».
Desde esta
óptica, la crisis social y ambiental que atraviesa el planeta solo puede ser
afrontada en forma eficaz desde una visión ecológica integral e integradora de
las relaciones entre todos los seres que cohabitan en la tierra.
En medio de la
diversidad cultural del mundo contemporáneo, la ecologÃa integral permite
asumir un enfoque compartido del desarrollo humano que posibilita la toma de
decisiones necesarias para el " buen vivir ". Implica reconocer formas de vida y
de permanencia en el mundo cultivadas por los pueblos aborÃgenes, procurando
mantener una ética del cuidado de la naturaleza, de la vida comunitaria y
colectiva, como práctica diaria en la siembra y la cosecha, asà como en la
convivencia familiar. Los pueblos desde esta forma de vida se asumen como
guardianes de la tierra; en sus territorios hay naturaleza y vida, que hoy han
sido devastados por el modelo extractivista: minero, agronegocio, genético,
entre otros, que sirven a la lógica de acumulación y despojo, quebrantando el
buen vivir.
Desde este
enfoque, la Iglesia es llamada a atender al clamor de los sectores más
vulnerados de la humanidad, asà como al llamado de la madre tierra. Entre
muchas otras, las manifestaciones interconectadas de la crisis social y
ambiental que exige la transición de una cultura del descarte a una cultura del
cuidado de la creación son:
- La crisis climática debido al calentamiento global por la acción humana.
- La reducción dramática de la biodiversidad por la explotación irracional de la naturaleza.
- Los desplazamientos forzados de muchos pueblos y de diferentes especies, por la violencia y por causas ambientales.
- La escasez de agua dulce y potable.
- La inseguridad alimentaria en muchas partes del mundo.
- El aumento del nivel de los mares y la acidificación de sus aguas.
- La contaminación de la atmósfera.
- La deforestación producida por la expansión de las actividades agropecuarias y el comercio ilÃcito de cultivos.
- El tráfico de especies silvestres.
- La incidencia de la corrupción y el crimen organizado en diferentes sectores de la economÃa.
- La persecución y el asesinato de lÃderes ambientales que luchan por los derechos humanos y los derechos de la tierra.
Por todo esto es
crucial adoptar una estrategia multidimensional que contemple la adaptación y
mitigación del cambio climático y la restauración desde la justicia climática de los entornos y comunidades vulnerables, por medio de la restauración, la
compensación y la reparación integral de la biodiversidad.
La superación de
la visión unilateral del paradigma tecnocrático implica que las soluciones a la
actual crisis social y ambiental no sean solo técnicas. Al comparar el marco
mundial Kunming Montreal de la biodiversidad con el marco amplio de la ecologÃa
integral propuesto aquÃ, se constata su convergencia alrededor de tres ejes que
reflejan la visión común de un mundo sostenible y justo, en el cual el
bienestar humano y el bienestar ecológico sean recÃprocos: la interconexión, la
justicia y la sustentabilidad ecológica. Estos tres ejes de reflexión acción
constituyen el aporte con el cual la Iglesia Católica latinoamericana y
caribeña se suma a los esfuerzos de la COP16 por el cumplimiento del marco
global de la biodiversidad en nuestro planeta:
1. La Interconexión. Los dos marcos reconocen la
interconexión de sistemas sociales y ecológicos. La " red de vida " de la
ecologÃa integral está alineada con el enfoque holÃstico del marco
Kunming Montreal.
2. La Justicia. Ambos marcos hacen hincapié en la importancia de
la justicia social y la equidad. El énfasis hecho por la ecologÃa integral en
el bien común y la justicia para las comunidades marginadas coincide con el
reparto equitativo de los beneficios y la gobernanza inclusiva propuestos por
el marco Kunming Montreal.
3. La
Sustentabilidad Ecológica. Sendos marcos preconizan prácticas de sustentabilidad que hagan compatible
el equilibrio de la salud ecológica con el bienestar humano. La ecologÃa
integral convoca alrededor soluciones integradas para la actual crisis social y
ambiental. El marco Kunming Montreal propone metas para la sustentabilidad que
implica la restauración de los ecosistemas.
La Iglesia
Católica en América Latina y el Caribe, consciente de la interconexión entre la
biodiversidad y la crisis climática asà como de su impacto en la vida del
planeta, se ha comprometido a participar en las Conferencias de las Partes, con
la firme intención de responder al llamado del Papa Francisco en la COP28 para
emprender un proceso de cambio civilizatorio drástico y colectivo que incluya
una transición energética justa, promover el Tratado de No Proliferación de
Combustibles Fósiles, y la ratificación del Tratado de Escazú, el combate a
estructuras criminales y prácticas corruptas que deterioran toda forma de vida
en el planeta, y la inclusión de pueblos indÃgenas y afrodescendientes
en normativas
globales, poniendo en valor la sabidurÃa ancestral. Todo ello, con el fin
superior de detener la crisis climática y revertir la pérdida de biodiversidad.
Mediante la
colaboración con organizaciones eclesiales, otros de sociedad civil, el sector
privado y los gobiernos, la Iglesia busca contribuir en los análisis de los
retos y las esperanzas del continente, e impulsar una verdadera conversión
ecológica que incorpore el diálogo entre razón y fe, ciencia y ética, con el
fin de promover el bien común y preservar la creación, proponiendo soluciones
sistémicas concretas, vinculantes y verificables, mediante el diálogo social
como actitud para restaurar la hermandad y a la sinodalidad como testimonio de
espiritualidad de comunión.
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